En los primeros momentos de reflexión y atención a lo que estaba pasando, las configuraciones de una episteme frente a la pandemia eran muy ambiguas. Que difícil era llegar a puntos concretos de discusión, pues las reflexiones y acciones de las personas eran abstractas, poco a poco nos envolvíamos en un ambiente de sospecha e inseguridad, no sabíamos qué pasaría, cómo cambiarían nuestras relaciones tanto físicas como psíquicas, cómo habitaríamos los nuevos espacios y cuál sería la fluctuación de nuestras dinámicas. Al pasar los días en confinamiento nos dimos cuenta que las estadísticas de violencia contra las mujeres aumentó, pues para muchas el hogar nunca ha representado seguridad y es que con la situación de la pandemia entender y utilizar la casa como protección se materializó para pocas personas. Incluso, no solo violencia era la que representaba el panorama de las mujeres estando en casa, sino también una magnificación de trabajo, pues si antes la condición de “ama de casa” era una realidad para muchas, ahora era y es más evidente ese peso que recae en las mujeres del hogar a comparación del que recae en el o los hombres que conviven con ellas.
Es entonces evidente que no podemos pasar por inadvertido la realidad que llegan a vivir las mujeres en esta cuarentena. Se me hace necesario traer a colación brevemente lo teórico-práctico en torno al espacio público-privado que históricamente han habitado las mujeres y cómo esto nos permitirá hacer una aproximación a la cuestión de los espacios que se le ha permitido y no habitar a las mujeres, las dinámicas y conflictos que esto acarrea en relación con la situación de pandemia.
Carol Pateman en su libro Contrato sexual (1995) expone una serie de ideas que hacen referencia a aquel contrato social del siglo XVII y XVIII; sus argumentos hacen referencia a aquella libertad civil que tanto suscitan, pero que dejan de lado la incorporación de la mujer, esa sociedad libre y llena de agencia no se presenta para el sujeto femenino y más bien hace que le atribuyan obligaciones y quehaceres basados en la desigualdad y la sujeción. Es así como aquel contrato social no es más que una descripción y apertura de la agencia política únicamente del hombre, donde la mujer es reprimida abiertamente con el soporte de un enunciamiento político de “libertad” para la sociedad.
El contrato sexual de Pateman viene a entrar contraposición de todo lo expuesto y significado en el contrato social original y nos vendrá a dar los puntos de partida para entender los cimientos de una historia de sujeción, lo que significó para muchos la libertad civil y el comienzo de la acción pública, para la mitad fue la exclusión de las mujeres, la mitad de quienes conforman la historia; asimismo, es importante señalar cómo la dicotomía de lo público y lo privado configura y marca un hecho social, donde lo segundo es puesto como escenario para la mujer, desprovisto de importancia, y lo primero como un espacio lleno de agencia y políticamente importante para el hombre.
“El ámbito público no puede ser comprendido por completo en ausencia de la esfera privada, y de modo similar, el significado del contrato original se malinterpreta sin ambas mitades de la historia, mutuamente interdependientes. La libertad civil depende del derecho patriarcal.” (Pateman, 1995, p. 13)
Esas dos esferas de la sociedad entran a ser el sostén de la proclamada sociedad civil, lo cual nos da luz a lo que actualmente seguimos preguntándonos, es decir, las repercusiones de esa diferencia sexual en la vida política y social. ¿Cómo la diferencia sexual desde un principio pone a la mujer fuera de la categoría de libertad civil, la cual se legitima en el espacio público, así destinándola a la esfera privada y por ende a un sinfín de prácticas desiguales en comparación con el hombre?
Poner en la mesa que el tema del cuidado históricamente ha sido una idea naturalizada hacia las mujeres que ha desencadenado un sinfín de desigualdades económicas, políticas y de clase, nos lleva a pensar las dinámicas en las que se encuentra sometida la mujer en esta pandemia, pues es evidente que la permanencia en “lo privado”, en la esfera que se le ha designado, trae consigo el cubrimiento permanente y exhaustivo de tareas, de las cuales los hombres se desentienden. En este momento de emergencia hace aparecer testimonios tanto de mujeres cercanas como de las no cercanas.
- Estoy cansada, ese no hace nada, todo me toca a mi. - dice mi abuela
- Abue pues no le hagas todo. Dile que te ayude, es necesario que el entienda lo desgastante que es para ti hacer todo - manifiesto yo
- Noo, ja... si le digo algo usted sabe como se pone. Yo mejor me quedo callada y no le pongo cuidado- Finaliza mi abuela
Lo anterior es una de las constantes conversaciones que he tenido con mi abuela Marlene a lo largo de mi vida, claramente la pandemia no sería un hecho que ausentara estas conversaciones. Debo admitir que al principio no lograba contener mi furia y siempre respondía ofuscada; ahora la furia sigue, se me desgarra el corazón, pero a la vez abro siempre la oportunidad para pensar en acciones transversales y horizontales que ataquen el problema, ya que, esta no es solo la cotidianidad de mi abuela y tampoco el único ejemplo existente. La historia traspasa lo particular e individual y se convierte en la realidad de muchas mujeres; es por ello que invito a todas y todos a levantar oreja y abrir los ojos con lo que sucede con las mujeres a nuestra alrededor, la juntanza y sororidad deben ser nuestra bandera para sobrevivir.
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